martes, 13 de noviembre de 2007

Aprender haciendo

El día que decidí enseñar a montar en bicicleta a mi hijo (hasta ese momento sólo había montado en triciclo) no le di una clase teórica sobre la bicicleta, ni siquiera una pequeña charla sobre lo que tenía que hacer. Simplemente le ayudé a subir (apenas tocaba con los pies en el suelo) y le dije que pedaleara. Al poco tiempo de subir, descubrió con asombro que cuando le daba a los pedales hacia atrás, la bici no iba hacia atrás como el triciclo. Poco a poco se fue acostumbrando a la diferente posición de los pedales respecto al triciclo y a la nueva postura con los brazos y las piernas mucho más estirados. Al principio no conseguía dar la pedalada completa, pero le apreté con mi mano en su rodilla para ayudarle y que se diera cuenta de que podía darla. Poco a poco fue avanzando y dominando la dirección del vehículo. Varias veces se cayó al suelo al girar, pero como estaba tan ilusionado e implicado en lo que estaba haciendo, volvió a subir una y otra vez para ir mejorando la técnica. El segundo día vi que ya cogía cierta velocidad y a diferencia del triciclo, la parada le resultaba más complicada. Enseguida le enseñé las palancas del freno y le dije que las apretara. No le dije que hacían, pero no hizo falta, la primera vez que las apretó ya se dio cuenta, sonrió entusiasmado y estuvo jugando con los frenos un buen rato.

Creo que a nadie se le hubiera ocurrido enseñar a un niño a montar en bicicleta mediante una clase de pizarra, ni tan siquiera de Power Point. Incluso ni un video, ni el mejor de lo sistemas audiovisuales resultaría tan efectivo como ponerse manos a la obra y subirse directamente a la misma. Esta misma idea, con matices, es posible extenderla a todas las habilidades que aprendemos en la vida, incluida por supuesto la educación reglada que recibimos en las escuelas y universidades.

El cerebro del ser humano está moldeado para aprender haciendo. El hombre, durante prácticamente toda la historia de la evolución ha aprendido a hacer las cosas intentando hacerlas, fijándose como las hacían sus semejantes y aprendiendo de sus errores. Por ejemplo, se aprendía a usar una lanza de caza lanzándola muchas veces y viendo el resultado, en mucha menor medida viendo como la lanzaban sus semejantes y residualmente mediante el tosco lenguaje de los primeros homínidos.

Si consideramos que la historia de la evolución humana comienza con los primeros homínidos (primates bípedos) tenemos que remontarnos a 6 millones de años atrás. Es en esta etapa de la evolución cuando los fenómenos de cerebración y corticalización adquieren la importancia suficiente para empezar de dotar de inteligencia al hombre. Durante esta primera etapa no existía el lenguaje, por lo que el aprendizaje no podía basarse en la comunicación oral, prácticamente estaba basado en el aprendizaje activo. Hay que esperar mucho más para que el hombre pueda expresarse con sonidos. Estudios realizados en la Sierra de Atapuerca evidencian que el Homo antecessor, hace unos 800.000 años, ya tenía la capacidad, al menos en su aparato fonador, para emitir un lenguaje oral lo suficientemente articulado como para transmitir la suficiente información para la enseñanza/aprendizaje. En cualquier caso pensemos que este lenguaje sería muy tosco, acompañado probablemente de mucha mímica y utilizado sólo como apoyo de una enseñanza activa. Por otro lado, los primeros grafismos y expresiones netamente simbólicas fuera del lenguaje hablado se datan hace sólo entre 40.000 y 35.000 años y las primeras escrituras de hace tan sólo 5.500 ó 5.000 años, en el Valle del Nilo ó en la Mesopotamia asiática. [Fuente: Wikipedia].

Por tanto, mirando hacia atrás nos damos cuenta que durante toda la historia de la evolución de nuestro cerebro, el aprendizaje ha estado basado en técnicas activas, una parte mucho menor en la enseñanza a través del lenguaje y otra mucho más pequeña en la lectura. Por tanto es fácil deducir que nuestro cerebro está mucho más acostumbrado y adaptado, y asimila mucho mejor el aprendizaje activo que los otros tipos de aprendizaje.

Esta trivialidad parece que en un momento dado de nuestra historia se olvidó, o se fue olvidando poco a poco, o simplemente empezó a ser ignorada por trivial, no lo se. El modelo de discurso o clase magistral y el libro de texto empezaron a imponerse como modelo casi único de aprendizaje, invadiendo todos los escalones de la educación desde la infantil hasta la universitaria, e invadiendo todas las disciplinas, desde la literatura a las matemáticas. Sólo la educación física (gimnasia, como la llamábamos en el cole) parece que se libró de esto. En mi caso, el aprendizaje activo durante la EGB se redujo a nada y durante el bachillerato a dos tristes prácticas de química donde hicimos algún aburrido experimento con sosa y a alguna práctica de física donde calculábamos el periodo de un péndulo (¡que emoción!).

En la Universidad, el aprendizaje basado en la clase magistral cobraba su más tenebrosa representación: la demostración matemática. Sin saber que problema intentábamos resolver, sin saber cual era el objetivo final, sin saber para que valía en la realidad, un señor entraba en la sala, ponía el nombre del capítulo y el índice y demostraba algo. Luego establecía unas expresiones matemáticas, a veces las simplificaba y finalmente ponía algún problema a resolver. Con un poco de suerte el problema tenía alguna relación con un problema real, pero muchas veces era un problema puramente abstracto (nunca se me olvidarán los famosos casquetes esféricos cargados que giraban sobre su eje). Solamente al finalizar una asignatura, o al finalizar un conjunto de ellas, uno podía darse cuenta de que todo aquello podía tener alguna aplicación práctica.

Entonces yo siempre me preguntaba: podían haber empezado por el problema a resolver o la aplicación práctica e ir buscando hacia atrás. Sí, eso es lo que se suele hacer los científicos e ingenieros, quieren resolver algo y se buscan la vida para resolverlo. Pero claro, eso no es “académico”, no está bien estructurado según la metodología ortodoxa imperante. Sin embargo, este modelo académico de aprendizaje está tan fuertemente implantado en la estructura educativa (bien por costumbre, bien por comodidad) que aunque se conoce desde los años 60 que no es operativo, se sigue utilizando ampliamente.

En los años 60, en el NTL Institute en Maine (USA), se llevó a cabo un estudio donde se sometía a diferentes grupos de estudiante a diferentes formas de aprendizaje y después se comprobaba el grado de retención (%) de lo trabajado. Los resultados fueron sorprendentes (o no tanto) y los resumieron en lo que se conoce como Pirámide del Aprendizaje.

Cada nivel de la pirámide representa el grado de retención alcanzado por los estudiantes.


  • 5% atendiendo a una clase magistral tradicional
  • 10% leyendo
  • 20% con material audiovisual
  • 30% con una demostración práctica
  • 50% discutiendo en grupo sobre el tema
  • 75% practicándolo o haciéndolo por uno mismo
  • 90% enseñándoselo a otro
Los resultados son más que reveladores. Incluso, no dejan tan bien como cabría pensar a los medios audiovisuales y el uso del ordenador, que se ha promocionado en los últimos años como el futuro en educación. Vemos claramente que los métodos que mejor funcionan son los más simples, los más antiguos en la historia de la evolución. Vemos también que el individuo cuando hace el esfuerzo de enseñar (por ejemplo a otros compañeros), refuerza mucho más sus propios conocimientos. El profesor tradicional que se sube a la tarima y suelta el rollo, no vale para casi nada, debería ser un animal a extinguir. Además, podemos sustituirlo por un video, como están empezando a hacer algunas universidades, y la eficacia sería muy similar.

La Unión Europea a través de La Declaración de Bolonia ha sentado las bases para la construcción de un "Espacio Europeo de Educación Superior", organizado conforme a ciertos principios. Entre montañas de papel y buenos deseos, queda un resquicio para la esperanza: se pretende reducir el peso de la clase magistral a favor de la enseñanza activa. Conociendo el sistema universitario, esto parece una utopía, ya veremos en que queda todo.

Por otro lado, en lo personal, me he dado cuenta que instintivamente intento poner en práctica técnicas de aprendizaje activo. Cuando tengo que introducir a alguien que va a trabajar conmigo en un tema nuevo para él, procuro evitar darle “el superlibro” o la “biblia” que resume de manera estructurada y académica todo el saber sobre ese tema. Por el contrario, le propongo retos concretos y adaptados a su conocimiento, para que los resuelva por sí mismo con la justa información necesaria. Si los resuelve, el entusiasmo y la recompensa son los que le van a hacer buscar más información sobre el tema y aumentar su ansia por saber más, como mi hijo cuando descubre nuevas funcionalidades en su bicicleta.

Si os ha suscitado interés todo esto, no dejéis de leer este artículo de Umberto Eco, que dice cuatro verdades.

No hay comentarios: