El día que decidí enseñar a montar en bicicleta a mi hijo (hasta ese momento sólo había montado en triciclo) no le di una clase teórica sobre la bicicleta, ni siquiera una pequeña charla sobre lo que tenía que hacer. Simplemente le ayudé a subir (apenas tocaba con los pies en el suelo) y le dije que pedaleara. Al poco tiempo de subir, descubrió con asombro que cuando le daba a los pedales hacia atrás, la bici no iba hacia atrás como el triciclo. Poco a poco se fue acostumbrando a la diferente posición de los pedales respecto al triciclo y a la nueva postura con los brazos y las piernas mucho más estirados. Al principio no conseguía dar la pedalada completa, pero le apreté con mi mano en su rodilla para ayudarle y que se diera cuenta de que podía darla. Poco a poco fue avanzando y dominando la dirección del vehículo. Varias veces se cayó al suelo al girar, pero como estaba tan ilusionado e implicado en lo que estaba haciendo, volvió a subir una y otra vez para ir mejorando la técnica. El segundo día vi que ya cogía cierta velocidad y a diferencia del triciclo, la parada le resultaba más complicada. Enseguida le enseñé las palancas del freno y le dije que las apretara. No le dije que hacían, pero no hizo falta, la primera vez que las apretó ya se dio cuenta, sonrió entusiasmado y estuvo jugando con los frenos un buen rato.
Creo que a nadie se le hubiera ocurrido enseñar a un niño a montar en bicicleta mediante una clase de pizarra, ni tan siquiera de Power Point. Incluso ni un video, ni el mejor de lo sistemas audiovisuales resultaría tan efectivo como ponerse manos a la obra y subirse directamente a la misma. Esta misma idea, con matices, es posible extenderla a todas las habilidades que aprendemos en la vida, incluida por supuesto la educación reglada que recibimos en las escuelas y universidades.
El cerebro del ser humano está moldeado para aprender haciendo. El hombre, durante prácticamente toda la historia de la evolución ha aprendido a hacer las cosas intentando hacerlas, fijándose como las hacían sus semejantes y aprendiendo de sus errores. Por ejemplo, se aprendía a usar una lanza de caza lanzándola muchas veces y viendo el resultado, en mucha menor medida viendo como la lanzaban sus semejantes y residualmente mediante el tosco lenguaje de los primeros homínidos.
Si consideramos que la historia de la evolución humana comienza con los primeros homínidos (primates bípedos) tenemos que remontarnos a 6 millones de años atrás. Es en esta etapa de la evolución cuando los fenómenos de cerebración y corticalización adquieren la importancia suficiente para empezar de dotar de inteligencia al hombre. Durante esta primera etapa no existía el lenguaje, por lo que el aprendizaje no podía basarse en la comunicación oral, prácticamente estaba basado en el aprendizaje activo. Hay que esperar mucho más para que el hombre pueda expresarse con sonidos. Estudios realizados en la Sierra de Atapuerca evidencian que el Homo antecessor, hace unos 800.000 años, ya tenía la capacidad, al menos en su aparato fonador, para emitir un lenguaje oral lo suficientemente articulado como para transmitir la suficiente información para la enseñanza/aprendizaje. En cualquier caso pensemos que este lenguaje sería muy tosco, acompañado probablemente de mucha mímica y utilizado sólo como apoyo de una enseñanza activa. Por otro lado, los primeros grafismos y expresiones netamente simbólicas fuera del lenguaje hablado se datan hace sólo entre 40.000 y 35.000 años y las primeras escrituras de hace tan sólo 5.500 ó 5.000 años, en el Valle del Nilo ó en la Mesopotamia asiática. [Fuente: Wikipedia].
Por tanto, mirando hacia atrás nos damos cuenta que durante toda la historia de la evolución de nuestro cerebro, el aprendizaje ha estado basado en técnicas activas, una parte mucho menor en la enseñanza a través del lenguaje y otra mucho más pequeña en la lectura. Por tanto es fácil deducir que nuestro cerebro está mucho más acostumbrado y adaptado, y asimila mucho mejor el aprendizaje activo que los otros tipos de aprendizaje.
En los años 60, en el NTL Institute en Maine (USA), se llevó a cabo un estudio donde se sometía a diferentes grupos de estudiante a diferentes formas de aprendizaje y después se comprobaba el grado de retención (%) de lo trabajado. Los resultados fueron sorprendentes (o no tanto) y los resumieron en lo que se conoce como Pirámide del Aprendizaje.
- 5% atendiendo a una clase magistral tradicional
- 10% leyendo
- 20% con material audiovisual
- 30% con una demostración práctica
- 50% discutiendo en grupo sobre el tema
- 75% practicándolo o haciéndolo por uno mismo
- 90% enseñándoselo a otro
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