Muchas de las personas que visitan los Estados Unidos entran al país por uno de sus aeropuertos más famosos, el JFK (John F. Kennedy). Es el mayor de los tres aeropuertos que tiene el área metropolitana de Nueva York, junto con el de
Durante la aproximación al aeropuerto no se divisa ningún hito reconocible de la ciudad ya que la ruta sobrevuela Long Island, una zona residencial repleta de las típicas casas norteamericanas con su pequeño jardín y que podemos avistar por miles desde la ventanilla del avión. Las familias con hijos no suelen vivir en Manhattan, sino que viven alejados del núcleo de la ciudad y van allí a trabajar por la mañana y vuelven a sus casas por la noche. Una cosa curiosa que se puede observar en Manhattan es que casi no se ven niños por la calle, mucho menos bebés y tampoco te cruzas prácticamente con ancianos. A la pirámide de población que circula por sus calles le falta la base y la cúspide. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos, aun no hemos entrado en el país, mientras no hayamos pasado el control de
El JFK es enorme, tiene 8 terminales, todas ellas con capacidad internacional y con su control de inmigración. Después de bajar del avión y recorrer largos y tenebrosos pasillos se llega al control de inmigración. Una empleada separa a los ciudadanos de los EEUU del resto. Para el resto nos espera una larga cola hasta acceder a los puestos de control donde los funcionarios verifican los pasaportes y formalizan todo el protocolo de entrada. Hay mucho silencio en la cola, se respira un ambiente de respeto, seriedad y algo de nerviosismo; el entorno, la crudeza de la sala y la cara de pocos amigos de los funcionarios invitan a ello. Saco mi teléfono móvil para llamar a casa, pero rápidamente se acerca un funcionario y me persuade para apagarlo, parece que está prohibido usar el móvil, aunque no veo ningún cartel que lo indique. El mi rastreo ocular por las paredes buscando ese supuesto cartel, doy con un gran poster de
Finalmente llegamos al final de la cola, donde una funcionaria distribuye a la gente de la gran cola en múltiples mini-colas que van ya directamente a la garita de cada uno de los funcionarios. En ese momento una pareja de viejecitos me piden que les ayude a completar el impreso I-94W. Rápidamente, y ante la mirada inquisidora de la regordeta funcionaria, les reviso el impreso y veo que les falta contestar a las 7 preguntas. Le digo al yayo que marque una cruz en todos los NO, el abuelo con sorpresa me mira extrañado, le digo que si, que haga eso y ya está. Me da las gracias y avanzamos un poco más. Viajamos 4 personas, a un compañero y su esposa los desvían a una garita y a mí y a otro compañero a otra. Primero pasa mi compañero, desde cierta distancia observo todo el ritual de entrada que ya me conozco de otras ocasiones. Observo como le pregunta cual es el propósito de su visita y después cuanto tiempo se va a quedar en el país. Luego le toma las huellas de los dos dedos índices mediante un escáner digital de huellas, primero el dedo derecho y luego el izquierdo. Finalmente le hace una foto de la cara con la webcam. Este ritual de toma de huellas y foto no se hacía anteriormente, pero desde los atentados del 11-S se implantó en las aduanas de los EEUU. Resulta un poco denigrante que te tomen las huellas dactilares, pero esto es lo que hay si quieres entrar en la patria de Mickey Mouse.
Cuando veo que ya acaban, me preparo para arrancar el paso hacia la garita, pero de repente observo con sorpresa como la funcionaria sale de su garita y se lleva a mi compañero y veo como desaparecen por un extremo de la sala. Parece que ha habido algún problema. La mini-cola donde yo estoy queda parada hasta que al cabo de 2 o 3 minutos regresa la funcionaria. Paso al mostrador y me repite a mí el ritual. La huella del dedo izquierdo no entra a la primera y me la hace repetir. Cuando ya está acabando voy preparándome para preguntarle que ha pasado con mi compañero, pero no me da opción, casi antes de empezar la frase me dice que le tengo que acompañar. ¡Vaya!, yo también tengo problemas.
Me lleva a una sala de un extremo apartada de las garitas; en la puerta de esta sala hay un funcionario armado que controla el paso a la misma. Entramos a la sala y veo a mi compañero allí. La funcionaria deja mi pasaporte y mi I-94W dentro de una funda de plástico en un portadocumentos que hay en una mesa. La sala tiene un conjunto de sillas de plástico de esas fijadas al suelo y dispuestas en filas como si se tratase de un pequeño teatro, dejando un pasillo en medio. Todas las sillas miran al frente donde hay una alta tarima. Sobre la tarima hay un mostrador que queda algo elevado y detrás del cual se sientan dos funcionarios un hombre y una mujer, que operan sendos ordenadores. En el clasificador de documentos donde han dejado mi “ficha”, hay otras tantas de las personas que hay en sala. Somos 4 los que estamos allí. Al cabo de un rato entra otro. En un momento dado el hombre llama a una persona, que se levanta se acerca y el funcionario le da el pasaporte sellado; ya se puede marchar. ¡Que bien!, parece que lo de esta sala es simplemente una comprobación adicional por algún motivo. Al cabo de un rato la chica llama a mi compañero. Oigo que le pregunta por su altura (How tall are you?). Mi compañero, con los nervios de la situación, y ante una pregunta tan extraña, entiende que le está preguntando por su edad (How old are you?) y le contesta al efecto. Después de aclarar la confusión le sigue haciendo preguntas que no logro oír. Al cabo de un rato le hace sentarse otra vez y la funcionaria se va a llamar por teléfono. Parece que la cosa no va a ir tan rápida como pensábamos. A los 5 minutos me llama el hombre a mí. Me acerco al mostrador y el funcionario me entrega el pasaporte sin preguntarme nada y me dice que ya está todo. Salgo de la sala y me reencuentro con mis otros dos compañeros. Les explico la situación y esperamos a que salga nuestro compañero que todavía está dentro. La espera nos desespera, no sale. Me impaciento y me dirijo a la sala dispuesto a entrar a ver que pasa, pero el poli de la puerta me lo impide con cara de pocos amigos. Tras esperar más de 1 hora nuestro compañero sale. No nos puede dar ninguna explicación porque no se la han dado, simplemente ya le han sellado el pasaporte. Este contratiempo nos ha hecho perder en total casi 2 horas, pero ya estamos listos para dirigirnos a
Estados Unidos es un país curioso, por un lado son capaces de retener a un turista casi dos horas sin darle ninguna explicación, pero por otro tienen el detalle de tener esta página web que informa de la duración de las colas de inmigración en cada una de las terminales de cada uno de los aeropuertos de Estados Unidos.
Tomamos el tren elevado del aeropuerto que recorre todas las terminales y nos lleva a la estación del metro. Allí cogemos el metro en dirección a Manhattan. El viaje es largo y el tren para en todas las estaciones de Brooklyn. Finalmente entramos en la zona sur de Manhattan tras cruzar el río por debajo. Poco a poco vamos subiendo hacia el norte, calle 4, calle 14, calle 23 y finalmente la calle 34. Nos apeamos del vagón, salimos por los tornos con la dificultad de ir cargados con las maletas y finalmente subimos por la escalera que conduce a la acera. Salimos al exterior, se acaba de hacer de noche. La calle 34 está impresionante, iluminada, repleta de gente, hace una noche cálida (27 o 28º). Miro la cara de mis compañeros, están absortos mirando el panorama. Es su primera vez en Nueva York. No se oye un ooohhhhhhh porque el bullicio de la ciudad no deja oírlo, pero se intuye en su expresión. Al fondo de la calle 34, en el cruce con
Continuará ….
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